Esta nota fue originalmente publicada en el diario Pagina 12 el jueves 2 de abril de 1992, cuando se cumplían diez años del inicio de la guerra. Por su lucidez y completa descripción de época, merecía volver a ser publicada. A diez años de su original publicacion volvio a ser publicada. En su casa, Calamaro sólo corrigió cifras, tiempos verbales, retiró una referencia personal del pasado y, lo más elocuente, el “no” en la posdata (el original pedía que “no” bombardearan Buenos Aires).
Hace veinte años, aquella tarde en la calle Perú, estábamos ensayando en la esquina de la avenida Belgrano (frente a la comisaría) con Cachorro, Gringui y Polo Corbella. En la sala vecina tocaba Alejandro Medina y nosotros tomábamos Coca-Cola y practicábamos nuestros excesos verbales y musicales de siempre. Escuchamos y vimos la noticia a través del blanco y negro de la cachuza tele de la dueña de los locales, alternamos el asombro con la incredulidad y con sandwiches de jamón y queso, y reconozco que al principio parecía ser una gran broma, a estas alturas (aquellas) las arengas populares hacían reflexiva gracia y el disparate era declarado a la par de la peligrosidad nacional. Es que aquellas islas nunca nos habían importado.
Una realidad muy diferente sería la de los colimbas movilizados, nuestros muchachos de la clase ‘62. Era 2 de abril y estábamos tocando “Fabio Zerpa tiene razón” (una canción del ‘80) y espontáneamente agregamos el clásico: “Argentina, Argentina” a modo de intro, escépticos expertos –de años largos y peligrosos y corruptos y absurdos–. Sin ningún ánimo de adherir, más bien de reír u ofender.
Claro que deseábamos la mejor suerte posible a los chicos-soldados (como ahora desearíamos el recuerdo), pero la sensación era de la indignación por la patriada militar, alentada por los civiles fanáticos-dudosos. Del otro lado, los ingleses (originalmente queridos desde Los Beatles), los kurdos y un príncipe (después casado con una casi argentina). Supongo que cuando llegaron las muertes era tarde para reaccionar; también supongo que muchos corazoncitos rockeros estarían vibrando con los partes de guerra: derribamos uno, hundimos dos, estamos ganando.
También recuerdo cuando vi por tele el festival-de-rock. Supongo que, de haber sido convocados, Los Abuelos hubiéramos estado allí, pero fuimos eximidos de la mancha histórica gracias a la indiferencia del trío de managers reinante. Estaban todos los raros, todos los buenos, mejor dicho casi todos, o tal vez casi ninguno. Pappo tocó “Fiesta cervezal” con los Dulces 16, estaban David, Charly, Piero y muchos más. Algunos de los allí presentes perdieron su crédito.
Como casi siempre, el rock es útil y gratis.
Nunca sabremos a ciencia cierta si la guerra benefició a la cosecha de éxitos, la radio prácticamente no existía (en su forma actual no), solamente “Embajadores-Ventil” y el “Tren fantasma”… La tele no era para nada la “Trash-TV” de hoy en día (ni mucho menos), pero todos estábamos picoteando de todos lados como siempre, algunos empezando, otros empezando a aparecer. En realidad nada habría torcido nuestro destino de cantar y tocar. Nuestro Vietnam hecha de sangre, además de saliva, es una clave histórica del éxito masivo del pop en los ‘80, pero siempre pensé que la semilla estaba ya sembrada hacía mucho tiempo. Fue un período de unidad absurda que encumbró, pero principalmente derrumbó, a muchos personajes.
Recordamos casi a la perfección el maratón televisivo de Cacho y Pinky, y los regalos de la sociedad toda (de Diego a Mirtha). También la plaza llena y las tapas de la revista La Semana. La verdad es que el rock aceptó las migajas, pero con dignidad. De todas maneras, el destino es el destino y el nuestro no tenía nada que ver con la guerra, que no sirve para nada más que para morir. Es imposible pensar que muchos de nuestros “grandes maestros” le deban demasiado al brigadier Galtieri (o como se llame). Aquellos que brillaron, hubieran brillado de todas maneras.
Los Violadores ya cantaban: “Represión en el quiosco de la esquina” (incluso ya eran viejos los días del Chavallette, la Cueva de los ‘80), los Redondos repartían ricota de hacía años y cantaban aquello de “Maldición, va a ser un día hermoso”. Nosotros ya éramos comandados por Miguel, Cachorro y el comandante Bazterrica; Los Twist nacían iluminados por el mágico maletín de Pipo y los pipos. Sumo crecía. Los Encargados seponían en bolas, los Virus desde La Plata, Baglietto y Cía., desde Rosario. Ningún implicado en la movida Solidaridad.
Unicamente invadimos la querencia de los melódicos por un ratito, y nada más. Aquel público que nos escuchó hoy es adulto. Los de catorce tienen 34 y posiblemente escuchen al Waits o a Muddy Waters en sus casas. No creo haber cantado para una generación tonta, todo lo contrario. Unicamente el mundo es estúpido, la guerra es estúpida; la vida únicamente es cruel y única.
Se cumplirán veinte años de aquella tarde y eso nos recuerda el paso del tiempo. También se celebraron 500 años de aquel otro desembarco que se supone cambió la vida de nuestros antepasados-indios. Lamento que se haya tenido que canjear por sangre una reconquista imposible. Las islas no son nuestras y nunca lo fueron. No batallamos por la soberanía de ENTel. Ni guerreamos por Aerolíneas Argentinas. Todo aquellos quedó atrás (el año ‘82 y sus personajes), y si “seguimos juntos” es porque nuestro destino era éste.
Un recuerdo grande para los chicos olvidados en el mar. Lo siento.
PD: pero (por favor) ¡¡bombardeen Buenos Aires !!