Buscando el placer de estar vivo

Tiene 35 años y vive en España desde 1989. Antes de irse, formó parte de los míticos Abuelos de la Nada. Después en Madrid fundó Los Rodriguez, el grupo que le devolvió el exito. Ahora, mientras espera que se resuelva el proceso que le inició la justicia por apología del consumo de drogas, su nuevo discos trepa en las listas de venta. Y más popular que nunca, dice que no lo para nadie.

Conversar con una persona en el mejor momento de su vida suele resultar complicado. No por las dificultades que prodigan a montones los entornos, sino porque, en ese momento, esa persona se encuentra demasiado ocupada pensando en el futuro. Y entonces, aunque parezca increíble, el presente no existe. Ahora, entusiasmado, y aunque veinte años en la música son suficientes para entender que en el mundo del espectáculo nunca nadie sabe nada, Andrés Calamaro sólo piensa en un futuro a cielo limpio. Tiene 35 años, una casa en Madrid y un disco nuevo que está pegando en la radio y en la caja registradora de cada disquería. Tiene una posición privilegiada en el panorama del rock en castellano, un contrato importante para hacer discos con una multinacional y una cuenta pendiente con la justicia. Lo acusan de haber hecho apología del consumo de drogas durante un concierto celebrado en La Plata en 1994. Y aunque está procesado, nada, ni siquiera la posibilidad de perder tiempo, dinero y prestigio en un estrado, le importa más que lo que pueda suceder con Alta suciedad, su nuevo disco.Calamaro viene a menudo a la Argentina. Viaja en primera clase, siempre con los anteojos negros en algún bolsillo y las valijas y la guitarra en la bodega del avión. Esta vez llegó en pleno invierno. Bajó en Ezeiza vestido con un jean de corderoy de los italianos Dolw & Gabbana y un gabán a cuadros, forrado de piel sintética, firmado por el francés Jean-Paul Gaultier. Ya en Buenos Aires, recordó a Buenos Aires; tomó una habitación en el octavo piso del mismo hotel donde se aloja desde que se fue a vivir a España hace siete años y desplegó su agenda, pequeña, negra y rotulada en tapa como Agenda argentina. Después, visitó a su familia y salió a comer de noche con sus amigos. Celebró los ochenta años de su padren y salió a comer de día con el gerente de marketing de su compañía de discos. Al mismo tiempo, habló por teléfono desde el hotel y desde cada celular que tuvo a mano con casi todo el mundo, hasta casi volverse loco. Y conversó personalmente con Joe, su abogado. Todo está bien, le dijo. Y entonces viajó a Santiago de Chile, Bogotá, Córdoba y San Miguel de Tucumán para promocionar el disco. Entre los aviones hizo un par de conciertos domésticos que se transmitieron por radio y, por lo menos dos noches en tres semanas, perdió la calma.Ahora, una mañana de martes, mientras su disco sube en las listas de ventas y él siente que el afecto que le prodiga la gente en la calle lo llevará más lejos que ningún otro de sus muchos discos, baja de un automóvil sedán azul con vidrios polarizados en la dársena de salidas del Aeroparque Jorge Newbery, en Buenos Aires.Son las diez de la mañana y el salón principal del aeroparque está tranquilo. Lleva los anteojos negros de siempre, el corderoy italiano, el gabán francés y un estuche de guitarra. Las valijas se redujeron a un bolso mediano medio vacío. Y no está solo: lo acompaña la mujer joven que programó el viaje: veintinueve horas en San Miguel de Tucumán para responder a más de diez reportajes en la radio, la televisión y en la confitería del Grand Hotel tucumano. Según la agenda, apenas habrá segundos para desayunar y faltarán minutos para comer. La noche, como debe ser, será para dormir.Durante el viaje, recuerda a su amigo, el escritor Charlie Feiling, que murió en Buenos Aires hace todavía pocas semanas. Cuenta que fueron juntos al colegio y asegura guardar algunas anécdotas juveniles, en paso de comedia, en las que los dos comparten cartel. De veras que lo siento, dice, y cambia de tema. Sentado a la ventana, pide un vaso de agua mineral y habla del mundo del rock, con nombre y apellido. Está contento por la dirección que tomaron sus amigos que conducen al grupo Los Fabulosos Cadillacs, y cuenta que estuvo con Fito (Paez) pero que no vio a Charly (García) ni a (Luis Alberto) Spinetta, aunque aclara que sí se cruzó con uno de sus hijos, Dante, el compositor y cantante del grupo de rap-rock Illya Kuryaki & the Valderramas. Finalmente, cerrando el spot, concluye en que no es necesario haber trabajado en un frigorífico para ser músico de rock y que, entre tanto afecto, en Buenos Aires le llama muchísimo la atención la indiferencia.El aeropuerto de San Miguel no está lejos ni cerca. Después de diez o quince minutos a bordo de un auto blanco conducido por un profesional, Calamaro recibe la llave de su habitación y el abrazo del gerente de marketing de su compañía de discos, que llegó a Tucumán bien temprano, esa misma mañana. Ya en la habitación, cuelga su traje azul oscurísimo en el placard y saca la guitarra, una acústica marca Fender, para afinarla. Sobre el escritorio que está a los pies de la cama, reposando sobre la pana roja que tapiza el interior del estuche, hay dos fotografias en blanco y negro. En una de ellas, del tamaño de una postal, Chet Baker, el adorado músico de jazz, intenta sonreír de pie en una esquina de San Francisco, vestido de negro y con el estuche de su trompeta en la mano. En la otra, un retrato impreso en la contratapa de un fanzine atrasado editado por alguno de los tantos clubes de fans de Elvis Presley, se luce El Rey, recién bañado y en su mejor momento. Ya aclimatado, sentado en la cama con la guitarra y antes de bajar a comer el primer tostado de los muchos que comerá en Tucumán, Calamaro habla del pasado, como introducción del futuro. Los Rodriguez habíamos perdido ambición, dice. Habla del grupo que formó en España, que acaba de separarse después de varios años y cuatro discos. Lógicamente, faltaba el entusiasmo total. Y yo sentía que no estaba pasándola bien con el trabajo, explica. Aunque todavía teníamos caminos para explorar,sentíamos los compromisos como algo molesto. Y es fácil darse cuenta si uno está rabiando o disfrutando. La diferencia es clara.

¿Por qué dejaste a Los Rodríguez?

-Todo el tiempo me proponía abandonarlos pero siempre encontraba un buen motivo para quedarme. Un disco, una temporada de conciertos… Habíamos terminado una gira por España de 30 conciertos junto a Joaquín Sabina, habíamos descansado y, a la hora de volver al trabajo, tuve un par de conversaciones con gente importante del negocio de la música.

¿Qué te proponían?

-Asumir totalmente todo. Mi propia compañía, la misma que edita a Los Rodríguez, y otras tres o cuatro más. Me costó decidirme, porque no siempre tuve tan claro que lo que finalmente hice era lo que me convenía hacer. Lo que siempre supe, en cambio, es que, si asumía, totalmente y todo, tenía que ser con un plan perfecto. Porque un contrato no es garantía de nada; también hace falta que la compañía se comprometa a trabajar duro. Finalmente, no acepté ninguna de las ofertas y firmé un contrato importante con la gente de siempre.

¿Qué es un contrato importante?

-Si hablamos de dinero, la cifra que da título a un contrato no tiene nada que ver con el monto que vas a cobrar en la mano, porque la guita se cobra en forma escalonada. Por otro lado, en plan Hollywood, donde antes de filmar la película hablan del precio de los tratos para sugerir la clase de espectáculo que están preparando, podría inflar el número. Porque la inversión total de un contrato, incluido el dinero que se va a gastar en publicidad, viáticos y boletos de avión, es muchísimo más grande que la cifra que le da título. ¿El tuyo como se llama? ¿8oo lucas? ¿O dos palos 300? Habría que hacer cuentas para saber cuánto voy a cobrar y cuándo. Pero lo único que conseguí gratis fue la caja de Frank Sinatra con la colección de las grabaciones completas del sello Reprise. Lo demás es todo dinero a cuenta que, por otra parte, si pagás impuestos como pago yo, es probable que un día prefieras no tener que ir a cobrar.

¿Qué título lleva tu contrato?

-No estoy muy seguro, pero la compañía se comprometió a darme unos 200 mil pesos por cada disco que les entregue. Ellos querían que fueran cinco, pero yo pensaba que, tal vez, cinco serían todos los que haría en mi vida, y firmé por cuatro. Es dinero blanco, pero como no tengo una empresa ficticia en las islas Caimán y el año pasado pagué muchos impuestos, por el momento, prefiero esperar.

¿Qué pasa cuando un artista maneja cifras?

-Gana. A mí, por ejemplo, me gusta pensar en el disco más allá de la grabación. Mi motivación es haber trabajado siempre mal, desde los 15 hasta poco antes de cumplir los 35.

¿Llegás a pensar en el disco como un negocio?

-No, para mí es un juego. Pensemos en los futbolistas: mucha gente juega al fútbol y a todos los que juegan, les gusta. En un partido de solteros contra casados, los jugadores se creen cracks y hasta se pueden pelear con su hennano o con su mejor amigo. Y a los jugadores profesionales de fútbol también les gusta, tanto o más que a los solteros y a los casados. Pero para los profesionales, la necesidad de ganar es diferente. Y aunque no deja de ser un juego, la necesidad de ganar es diferente. Se podría decir, entonces, que en este caso los jugadores y los dirigentes se pusieron de acuerdo.

Pero ¿qué pasa con los hinchas?

-A los hinchas les gusta el disco. En el fútbol hablan mucho de jugadores, dirigentes e hinchas, pero yo creo que lo que hace falta es que la pelota entre en el arco. Si no, el campeonato que viene, los jugadores que no la meten, van a jugar en segunda y, si al siguiente la pelota sigue sin entrar, van a tener que buscarse otro trabajo. Eso le pasa a la mayoría de los jugadores de fútbol y, también, a la mayoría de los músicos: o viven en la gloria o manejan un taxi. Por lo tanto, un contrato no debe ser visto como una amenaza, sino como un frasco de vitaminas de colores.

El 19 de noviembre de 1994, durante un concierto gratuito organizado por la Municipalidad en la plaza Moreno de La Plata, Andrés Calamaro dijo, delante de 100.000 personas: Me estoy sintiendo tan a gusto que me fumaría un porrito. Y hubo gente que reaccionó. Un grupo de padres y un abogado que después sería funcionario en el área de seguridad de la provincia de Buenos Aires, radicaron denuncias advirtiendo la presunta apología del consumo de drogas en la que, según los denunciantes, había incurrido Calamaro. Más de un año después, el juez federal Manuel Blanco dictó su sobreseimiento. Pero, inmediatamente, la fiscalía apeló la decisión del juez y, hace dos meses, la Sala II de la Cámara Federal de Apelaciones de La Plata dictó su procesamiento. El fallo dividido fue fundamentado en el artículo 12 de la Ley 23.737, o Ley de Estupefacientes, que «reprime con penas de 2 a 6 años y multa a quien preconizara o difundiera públicammente el uso de estupefacientes o indujera a otro a consumirlo». Pero aunque no fue el primero ni el último músico de rock investigado por su relación con las drogas, Calamaro no buscó un coartada para salir del paso. Y como se asume como un activista que trabaja por la despenalización del consumo de drogas, contrató a un abogado y se concentró en la movida que lo saque del jaque.

Después que la resolvió procesarte, declaraste el incidente era la tan pequeño que te daba vergüenza tener que explicarte.Lo que me daría vergüenza sería convertirme en un mártir sólo por haber dicho eso.Personalmente, creo que la polémica platense llama la atención por su falta de sentido, cuando para iniciar el debate sobre la despenalización hacen falta todo el sentido, el pensamiento y los puntos de vista. A mi, la gente, en la calle, me dice: Andrés, ¿qué es esa estupidez? Sin embargo, a veces pienso que, tal vez, el incidente colabore para que en algunos hogares empiece a discutirse el tema, amigablemente, entrepadres e hijos. Creo que si en Argentina todos dijéramos la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad sobre lo que fumamos, lo que hacemos, lo que tomamos y con quién nos acostamos, las cosas podrían mejorar. Y yo no tendría tanto que decir. El que sí tiene muchas cosas para decir es Antonio (Escohotado), pero cuando vino a la Argentina, todos se enfrentaron con él sin haberlo escuchado o leído. Y fue tan fácil enfrentarse con el sabio que ganó la ignorancia.

¿Qué cosas podría haber dicho Escohotado?

-Me he hecho bastante amigo de Antonio pero no me permito hablar por él. Yo, personalmente, creo que hay que despenalizar el consumo en forma escalonada. Eso implica diferenciar los distintos tipos de sustancias para después separar las drogas blandas, como la marihuana, de las drogas duras, como la cocaína o la heroína.

¿Por qué habría que despenalizar el consumo?

-Porque nunca la droga hizo tanto daño como desde que, hace 50 o 60 años, está prohibida. Porque cuando se habla de drogas, nada tiene mayor dimensión, en dinero, en poder e impunidad, que el narcotráfico. Porque no sabemos quiénes son los dueños del negocio y porque desconocemos su poder de influencia en la Argentina. Porque la prohibición es el instrumento ideal para desconocer el problema porque permite el accionar de bandas arrnadas. Y porque, al mismo tiempo, las drogas siguen estando, lamentablemente, al alcance de casi todos. Además, hay políticas sobre el tema que no podemos desconocer. En Holanda, por ejemplo, el consumo no está penado por la ley. Y en España, que debatió el tema en su Parlamento hace cinco años, el consumidor tampoco tiene motivos para sentirse perseguido.

¿En qué etapa está tu proceso?

-Mi abogado tiene que llevar unos informes a La Plata para demostrar, como dirían Los Twist, «dónde vive, dónde trabaja, usted quién es». Pero aunque no sé si será posible evitar una audiencia oral, yo, nunca, pero nunca, voy a considerar un delito haber dicho nada. Tengo claro que en un juicio como este nunca se puede salir ganando nada. Voy a perder tiempo y dinero; es evidente e inevitable. ¿Si me puede estropear la marcha del disco? No lo sé. Porque yo digo lo mismo en una de las canciones que ahora pasan en la radio y no pasa nada.

La única tarde que Andrés Calamaro pasó en Tucumán desde que en 1989 viajó a tocar con Los Abuelos de la Nada fue verdaderamente movida. Hizo tantas entrevistas que, a pesar de la voluntaria dedicación que invirtió en cada una de ellas, no todas merecieron la pena. Sus locas veintinueve horas en la provincia forman parte de lo que no está escrito en el contrato pero sí implícito en el trato que tiene con la compañía que fabrica, distribuye y vende Alta Suciedad. Algo habrá hecho con la mano derecha, para tener que firmarles, de buena gana y a un promedio de una firma y media por persona, a los 500 o tal vez 700 chicos que ahora esperan en la puerta de la disquería más grande de Tucumán, apiñados del otro lado de la valla que controlan con celo varios agentes de una agencia de seguridad privada. Sentado en la vidriera de la disquería, con el traje azul, una camisa color obispo y anteojos negros, Calamaro firma autógrafos a la luz de un reflector. Parece un animal. Mientras su canción «Flaca» suena una y otra vez en el sistema de sonido de la disquería, toma agua mineral y firma; en las carpetas del colegio, en los volantes que imprimió la disquería, en alguna campera, remera o pantalón. A las chicas lindas, además, les habla y les da un beso. Y a ellas les encanta. Algo malo hizo con la mano derecha. Y lo está pagando.

¿Qué pasa con la vida de una persona que espera tanto?

-Nada. La vida es así: un día, después de los setenta, bien enchufado en un quirófano, te acordás de vivir. Y decís: Quiero vivir, quiero vivir. Y te preguntas: ¿Por qué no pasé más semanas en Punta del Este? ¿Por qué no anduve más tardes descalzo en verano? Y ya no podés volver atrás. Pero esas preguntas, las que algún día me haré en el quirófano, no me preocupan tanto porque van a ser las últimas que me haga en mi vida.

¿Té gusta vivir así, yendo y viniendo, casi siempre solo, con un traje, una camisa, un gabán y una guitarra?

-Aunque no siempre disfruto, porque la paso bien y la paso mal, me gusta tanto que lo viviría dos veces.

¿Qué debería pasar si el plan resulta perfecto?

-Para mí, como para todos, es más fácil saber de dónde vengo y no hacia dónde voy. Y como no sé dónde empieza el futuro, tampoco sé qué debo esperar. Si de acá a un año las ventas de Alta Suciedad son monumentales, pero realmente monumentales, habré recibido una señal. Yo, mi compañía de discos y un veterano periodista porteño apostamos mucho a este disco. Yo lo invertí todo, la compañía gastó mucho dinero y el periodista se jugó 5oo dólares a mi cabeza. Pero la Argentina no es mi único patio. Y aunque acá me siento un Rolling Stone caminando por la calle, el disco nuevo también despertó mucha expectativa en España. Y España también es muy importante.

¿Está en juego la corona del rock argentino?

-Mientras en esta conversación nosotros buscamos al campeón, Los Redonditos de Ricota tocan para diez

mil personas en un pueblo de nueve mil habitantes. Y además está Fito (Páez), que siempre tendrá planes ambiciosos, y los mitos. No soy un tipo demasiado ambicioso, pero sí soy un eterno insatisfecho y un ansioso estable. Y aunque tengo la manía de no comparar mi vida con la de los demás, aunque nunca me consuelo pensando en la vida durísima de la mayoría de la gente, para mí también es dificil sentir felicidadpermanente.En el avión que lo trae de vuelta a Buenos Aires, sentado a la ventana en la última fila de la clase turista, Andrés Calamaro despliega los diarios y abre la caja de colaciones que compró en elaeropuerto. Entonces, habla del presente. Soy un adicto a la prensa, admite, mientras arma un cigarrillo y se entera, entre otras cosas, de que una chica desató una pelea a golpes de puño en una discoteca de Entre Ríos, tras escupir en la cara de Alfredo Astiz, el asesino ex capitán de la Marina. Una chica valiente, dice. Después, se detiene en la oración para el Día de Acción de Gracias firmada por escritor norteamericano William Burroughs. Lo siento, voy a cortar la página para guardarla, se excusa, mientras desarma el diario. La última escala es la sangrienta y renovada guerra entre israelíes y palestinos, que vuelve a la prensa con las palabras atentado y muertos en el título. A (Yitzhak) Rabín lo mataron porque le pedían guerra y despachaba paz. ¿ Querés guerra? Tomá paz. Ahora, con la política que le gusta emplear al ala dura, todo vuelve atrás, otra vez los atentados, otra vez los muertos…. dice. Y cuando el comandante del avión prende la señal de no fumar y pide a los pasajeros que ajusten sus cinturones, Calamaro acomoda los diarios y vuelve a hablar de rock.

¿Qué pasó con la ecuación sexo, drogas y rock and roll?

-Fue remplazada por salud, dinero y amor. Estamos viviendo una época muy maniática. Los noventa son de los nuevos papás, de la gente que cuida mucho de su salud y de la guita, que entra a borbotones y por un tubo en la cuenta bancaria de unos pocos. Salud, dinero y amor. Ahí están las tres cosas. Yo mismo conozco a mucha gente que está en eso y tal vez nosotros mismos lo estemos intentando. Una vida completa. Una vida hecha de salud, dinero y amor.

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