A días de su show eléctrico y de alta carga emotiva en el Personal Fest, Andrés Calamaro retoma en Córdoba la experiencia “Licencia para cantar”, que lo expone como crooner al frente del trío acústico formado por Germán Wiedemer (piano), Antonio Miguel (contrabajo) y el cordobés Martín Bruhn (percusión).
Se trata del espectáculo que le permite presentar Romaphonic Sessions, el tercer volumen de sus Grabaciones encontradas que fue documentado en dos tardes, con la sola compañía de Wiedemer. La consigna de esa labor fue muy clara: “establecer unas mínimas pautas de repertorio, grabar y darle formas a un conjunto de canciones para interpretar en directo”.
Así las cosas, tenemos al “Salmón” cerrando conceptualmente ese álbum y ejerciendo el derecho a expresarse en un registro alternativo al habitual. Pero a decir verdad, a años de discos como El cantante (2004) y Tinta roja (2006), y de colaboraciones ocasionales por afuera del rock, esa “otra forma” ya es parte medular de su obra. “Siempre hay que cantar con intenciones de hacerlo bien, con sentido y sensibilidad, sin demasiados firuletes. Todos los que cantamos nos enfrentamos al micrófono con idéntica responsabilidad, ya sea grabando discos, ensayando. Los recitales, los pequeños conciertos mínimos y sus dificultades, el nervio de los festivales, a veces remando y a veces interpretando como sabemos”, diagnostica Calamaro vía correo electrónico.
“Entonces no importan tanto si te secunda una banda eléctrica o una guitarra criolla. El cantante está solo, como decía Ringo Bonavena. Aunque quizás sirva la experiencia, un peine que debería llegar mientras tenemos pelo para peinar”, completa el músico, acaso para explicar cómo controla la disparidad de adrenalina entre ofrecer un show a cielo abierto y escala masiva, con el plus de reunir a Los Abuelos de la Nada, y expresarse en un ambiente de aura más teatral con acompañamiento más sosegado.
–¿Qué dejó el show del sábado? Y ya que estamos, ¿cuál es la historia por detrás de la reunión de Abuelos?
–Caramba, tocamos con mucho viento. Fue de aquellos conciertos que se disfrutan más al día siguiente, pero tampoco sufrimos ni nada parecido. Costaba entrar en calor. A veces, remar estas situaciones ofrece resultados interesantes, canto con menos florituras, estoy más sobrio en la guitarra. Reunirnos los cuatro Abuelos que estamos (de aquella segunda formación histórica) tiene distintos orígenes. A veces tienen que alinearse las ideas y los planetas. Con Cachorro (López) y con Daniel (Melingo) estamos en contacto, nos escribimos bastante y casi siempre sabemos dónde estamos. Con Gustavo (Bazterrica) tenemos la amistad entrañable de todos estos años. No puedo negar que en estos últimos 30 conversamos informalmente sobre posibles reuniones, pero esta vez escuché una de nuestras canciones por la radio y pensé en ensayarla con el grupo y cantarla. Como estábamos en contacto, la reunión se armó naturalmente. Melingo estaba de viaje en Europa y Cachorro de vacaciones, pero pudimos ensayar dos veces y llegamos bien armados para tocar el pasado sábado. Quizás pudimos preparar una tercera pero, caramba, a veces las buenas ideas llegan un día tarde.
Tal como puede leerse, Calamaro reconstruye sin red su universo artístico – afectivo más reciente. Y vale aclarar que lo hace a sólo media hora de haber recibido un cuestionario que, por supuesto, también intentó conseguir textuales suyos sobre temas diversos.
–Dylan fue ungido con el Nobel de Literatura y no gozó de consenso. ¿Cómo fundamentarías esa distinción? ¿O cómo la rebatirías si es que no estás de acuerdo con ella?
–Escribí una editorial importante en el periódico ABC a propósito del premio “cantado”. Un Nobel literario a un cantante que se acompaña con guitarra eléctrica es algo extraordinario que solo podían ofrecerle a Bob Dylan. Lógicamente se lo dan por la importancia de sus textos que están soplando en el viento, los canta… Porque libros tiene publicados sólo dos. Tampoco es una sorpresa, hace años que estamos pendientes del posible Nobel a Dylan.
–Tu última colaboración está en el reciente disco de La Beriso. ¿Qué destacás de la personalidad de Rolo Sartorio?
–Rolo me demostró dos virtudes necesarias que hay que valorar en un hombre: respeto y humildad. Muchas veces perdemos alguna de estas cualidades al servicio del cinismo y el abuso de distintas herramientas de la vida moderna, convertidos en opinadores agresivos en las redes, derrochando puntos de vista o consumiendo estimulantes. La canción que cantamos está muy bien. Espero escucharla en la radio y que guste escucharla como a mí me gustó cantarla.
–¿Qué energía testeás apenas desembarcás en Argentina? La cuestión sociopolítica está particularmente agitada y me gustaría saber si alcanzás a percibirla.
–Este año había venido embutido en asuntos familiares importantes y finalmente desembarqué. Al principio la ciudad me resulta amenazante, pero consigo estabilizarme y disfrutar de todo o de casi todo. Siempre estoy atento a la realidad del mundo y también a mis sensaciones interiores. Es una cuestión de conciencia pura. Llegué y terminé el próximo disco, me instalé en al barrio de mi adolescencia, ya sé dónde comprar la yerba para los mates y el pescado… Esas cosas. También tengo mi refugio suburbano para preparar la carne y despertar mirando la arboleda.
–¿Viste al documental de Indio? ¿Cómo te pegó su análisis minucioso sobre la decrepitud? ¿Cómo te llevás vos con tus 50?
–No vi el último documental, pero nos encontramos hace relativamente poco tiempo. Me mostró grabaciones, cosas relacionadas con la letra impresa y la novela gráfica. Hablamos mucho y en profundidad. Espero repetir y también ver el reciente documental. Nos escribimos con cierta frecuencia y creo que ya conozco su forma de pensar y sentir el tiempo. Ya tengo 50 hace cinco años, lo peor siempre está por llegar… Quizás también algo de lo mejor. Las malas noticias pueden esperar. Soy un hombre de 50 conforme y bien plantado.
–A propósito de Indio, te despediste de Twitter con un saludo irónico a los “pajaritos, bravos muchachitos”. A partir de eso, ¿reconvertiste tus modos de comunicarte por las redes?
–Sin redes tengo más tiempo. ¡Me enredo menos! Estoy leyendo y escribiendo todos los días, puedo vivir sin compartir el minuto a minuto de la vida. Me gustaba leer las ocurrencias de algunos viajeros de la autopista digital, pero supe invertir mi tiempo en escuchar discos, leer un libro, seguir adelante con proyectos musicales, comprar la comida. Las cosas que me gustan hacer a mí. Tengo contacto con el público, o con parte del público, porque ofrezco información en una página autorizada. Pero soy moderado con el teléfono. ¡En el taxi voy leyendo un libro y llego antes!
–¿Qué podés adelantar de tu nuevo disco? Condiciones de producción, productor, canciones… Lo que sea, viene bien.
–Algunas canciones ya estaban terminadas, pero casi todo fue tocado, mezclado o terminado este año. Mayormente, produjimos con German Wiedemer, hay una canción de Cachorro, una que hicimos con Julián (Kanevsky) para el cine de Alex de la Iglesia y una más que responde a la dirección de Javier Corcobado para Canción de amor de un día. Hay bastante ingeniería de grabación doméstica, pero las canciones volvieron a mezclarse este año. Es un disco completo, con distorsiones y algún detalle extrapolado. Letras picantes de vampiros, apocalipsis madrileños, pánico en Benidorm, ateísmo políticamente incorrecto. En general, el disco arma un discurso que considero el mío propio. También hay versiones que me honra interpretar: Pappo´s Blues, Pescado Rabioso, Babasónicos. Es un disco de 18 tracks. Debería publicarse antes de fin de año.
-Cierro con una personal y al hueso. ¿Sos feliz?
-Sí, claro. Hay que manejarse en los momentos duros, a veces es complicado vivir con alegría, nos pasan cosas… Pero sigo siendo una persona alegre. Nadie nos prometió un jardín de rosas y hubo momentos complicados que superar pero, insisto, lo peor siempre está por llegar y, de momento, estoy bien. Hoy puedo contestar que sí.
En concierto
Andrés Calamaro. Hoy, a las 21.30 y en el Orfeo (avenida Cardeñosa 3450). Junto a Germán Wiedemer, Antonio Miguel y Martín Bruhn. Las entradas están agotadas.