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Calamaro en el estudio: la nueva era del Salmón

Los futuros hits y la desbordante cosecha otoñal de Andrés

«Si duermo, no puedo hacer todas estas canciones», dice Andrés Calamaro señalando la bandera de frecuencias del ProTools, que a esta hora del mediodía es algo así como su electrocardiograma paralelo. «Igual nunca duermo, no importa la vida que lleve. Me pasé los primeros cuatro años de mi vida sin dormir.»

Calamaro tiene más de doscientas grabaciones que registró entre marzo y julio, en largas sesiones nocturnas en las que los tracks, en algunos casos, salieron de a docena. Hay versiones caseras de temas clásicos -de «Color humano», de Almendra, a «How You Gonna See Me Now», de Alice Cooper, casi todas disponibles en su cuenta de SoundCloud-, pero también hay un montón de nuevas composiciones, entre futuros hits, zapadas de blues unipersonales y experimentos sonoros retorcidos.

Desde los días calientes de fin de siglo, la época en que grabó dos de sus obras capitales –Honestidad brutal El salmón-, Calamaro no vivía uno de estos períodos de fonorragia extrema. Cuando recibe a Rolling Stone en su casa en un barrio cerrado, lleva semanas así: internado en el estudio que tiene montado en la parte delantera de la casa, trabajando desde el anochecer hasta el mediodía siguiente. «Mis períodos de grabaciones son así», dice él. «Abominables para la mayoría.»

Su método para esta cosecha consistió en samplear compases de batería de canales de YouTube y, sobre esas bases, construyó la instrumentación y las melodías. Básicamente se valió de una Telecaster Custom que le compró a Mariano Roger de Babasónicos («una artesanía» con la que está pelando su lado oculto de guitarrista virtuoso), un bajo Diamond, un piano eléctrico Wurlitzer color café con leche y dos micrófonos, un Neumann y un AKG. «Soy un demo master», se jacta Andrés mientras recorre la lista sábana del iTunes. «Los demo masters deberíamos ser considerados una casta internacional.»

Después de un período largo sin componer ni grabar, el Salmón sintió la vuelta del nervio creativo a comienzos del otoño. Entre los disparadores pueden contarse algunas muertes cercanas, incluida la de Spinetta, a quien le compuso un homenaje sutil -un bello tema titulado «Belgrano»-, además de tatuarse en el antebrazo, en cursiva roja, alma de diamante. «Las balas estaban picando cerca», dice Andrés. «No quería perder más tiempo.»

Más allá de las versiones y de piezas incidentales (una que samplea el último discurso de Martin Luther King, otra sobre un recitado de Leopoldo Marechal), lo que impacta es el nivel de las nuevas canciones. «Bohemio», por ejemplo, es una especie de milonga que suena clásica a la primera escucha, un juego de encastres perfecto en la tradición de «Engánchate conmigo». «Laberinto de pasiones» tiene algo de las cabalgatas melodiosas y bailables de Babasónicos. «Las muchachas y los vicios» es un manifiesto confesional que puede leerse como la maduración de «Mi funeral» en clave picaresca. «Dentro de una canción» podría formar parte del repertorio de standards latinoamericanos de El cantante. «Cazador de ateos» recupera el costado más duro de El salmón. «Cuando no estás» es un primer corte cantado para su próximo disco. El asunto es que, por ahora, no existe tal disco.

«Vivimos en una nueva Edad Media», dice en uno de sus frecuentes raptos de furia contra la época. «Es la muerte de la cultura. Basta prender la televisión o abrir un diario. Ya nadie tiene paciencia ni para escuchar una canción entera. ¡Es mentira que la gente quiere música gratis en Internet! La gente sólo quiere pagar fortunas para ir a un show a cantar las canciones que conoce. Todos me dicen: «Andrés, te quiero ver». Pero la música se escucha,no se ve.»

Liberado por el momento de su contrato con Warner, su grabadora de siempre, Calamaro sabe que lo que tiene entre manos puede ser grande. «Por ahora prefiero mostrar las canciones a los amigos, de a uno. ¿Cuál es el sentido de sacar un disco hoy? Tampoco quiero tocar en vivo. Ya pasé los 50 años. No necesito más nada.»

Sin embargo, en las últimas semanas, cuando sintió que esta temporada de terapia musical intensiva estaba tocando fin, comenzó a organizar el material y a medir las posibilidades. Mientras tanto, el cantante atravesó una tormenta personal y mediática cruzada por sus apariciones en Bailando por un sueño, adonde acompañó a su pareja Micaela Breque («¿Tanto lío por eso? ¡Las bandas fuimos toda la vida a los programas de Marcelo!»), su divorcio conflictivo de Julieta Cardinali y una performance pulp en Twitter (la microficción del asesinato del yonqui madrileño).

Ahora, más ocupado en rastrear baterías de jazz en la web y en acortar los versos de una estrofa que se le hizo demasiado larga, el Salmón quiere concentrarse en la música. Y cita nada menos que a Galimberti para resolver la ecuación que divide fama y realidad: «Soy mucho mejor de lo que ustedes piensan pero mucho peor de lo que imaginan».

Por Pablo Plotkin
Revista Rolling Stone Argentina

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