Acompañamos al músico a Córdoba y Rosario, las dos primeras paradas de su gira Licencia para cantar, y sobrevivimos para contarlo; en diciembre editará un disco con nuevas canciones
CÓRDOBA/ROSARIO.- Es el de siempre: pícaro, ingenioso y juguetón. Andrés Calamaro se declara misántropo, pero es un gran anfitrión, ofrece invariablemente una sonrisa y una anécdota picante a elección (como cuando cuenta cuál fue la pregunta para romper el hielo que le hizo Julio Iglesias días atrás, en un encuentro a solas en Buenos Aires: «¿Tú cuántas veces vas al baño por las noches?». «Yo, dos veces», le contestó Andrés. «¡Pues yo, diez!», se enorgulleció el cantante español). Así es Andrés sobre el escenario, en sus textos por mail o WhatsApp, en camarines, en la sobremesa tras un concierto demoledor o en el baño de la habitación de un hotel rosarino, en la que ahora posa y juega duchador en mano para la cámara de Aspix, su compañero de secundaria y el fotógrafo que lo sigue a sol y sombra. Pero otra cosa es cuando habla del riesgo de esta nueva puesta en escena bautizada Licencia para Cantar, que lo ubica en medio del escenario y sin más armas que un micrófono, su voz y su porte de tanguero trasnochado, encorvándose al cantar, con un contrabajista y un pianista a su lado y un percusionista que le cuida las espaldas. Todo con repertorio propio y ajeno, reinventado en plan bolero-compás killer y popular, con distinción jazzera y alma de arrabal.
Y vaya si lo es este espectáculo de dos horas que viene de probar en España y que este fin de semana presentó por primera vez en el país -en Córdoba y Rosario- como punto de partida de un extenso tour por el interior y América latina que terminará en diciembre con cuatro funciones en el Gran Rex. Un show planeado y ensayado para conmover, pero también para descolocar y descolocarse.
«Cantando con el trío me encuentro perfectamente expuesto, pero también apoderado de una dinámica que me permite cantar en colores. Escuchándome bien y sin batallar contra el cauce eléctrico estoy en poder de todas mis cualidades y defectos. Puedo afinar e interpretar. Por eso buscamos el sonido de Tete Montoliu cuando interpreta bolero-compás con jazz», me escribe el artista unos días antes de subirme yo también a este primer tramo de la gira durante tres días. «Sé que es una oferta distinta para el soberano público: se le pide sentarse y escuchar. Algo naturalmente habitual, pero distinto del fervor que acompaña los recitales de rock en nuestros lares. Pero, de todos modos, creo que respondemos a una demanda de años que reclama conciertos de esta naturaleza.
En el Orfeo cordobés, en la tarde previa a su primer show, Calamaro llega, mate en mano, para probar sonido y sumarse así a Los Licenciados (Toño Miguel en contrabajo, Germán Wiedemer en piano, Martín Bhrun en percusión), que desde hace un rato repasan el repertorio sugerido para esta ocasión tan especial. Con el estadio vacío, Andrés pide arrancar con «Piedra y camino», de don Atahualpa Yupanqui, sigue con «Que te vaya bonito» y «Para no olvidar». Entre canción y canción, convida mate, milita por el sabor de la yerba misionera y whatsappea. Está sereno, se lo ve despojado de algunos miedos e inseguridades que en el pasado le jugaron una mala pasada, pero de todas formas lo intriga saber cómo responderá el público a este formato.
«Es complicado, porque este tipo de conciertos tiene que ser muy bueno. Se escucha cada detalle, cada carraspera que baja de la garganta. Pero así me escucho yo, y la idea es aprovecharlo. Evitamos ciertas canciones que perderían gracia sin la banda electrificada, pero eligiendo el repertorio creo que llegamos a un equilibrio muy musical. Mis compañeros son músicos contratados y lo hacen sonar muy bien, yo sólo tengo que estar a la altura como cantante. Es un desafío que vale mucho la pena: que los músicos me sientan un músico más. No arruinar la textura instrumental con un cante que no esté a la altura. Parece una broma, pero no lo es. Es un desafío muy bonito.»
De regreso al hotel, a la espera de que caiga la noche y el estadio se llene, en esos tiempos muertos de las giras en los que vale la pena aburrirse, Olga, la inseparable manager al mando de cada detalle alrededor del cantante, repite como un mantra: «Éste es el show que están esperando varias generaciones, los de 30, los de 40, los de 50 y los de 60 también. Poder escuchar a este hombre en su mejor momento como cantante y como persona es un hecho histórico».
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El concierto soñado
Es casi la medianoche del viernes y Calamaro camina por los pasillos de los camarines del Orfeo con la frente en alto. Ambo gris, camisa floreada, anteojos negros y ese pelo que sigue enrulado, sin despeinarse. Acaba de cerrar su faena envuelto en aplausos y su sonrisa franca es la del matador que sabe que ha hecho bien su trabajo. «¿Y? ¿Qué te pareció?», pregunta sin esperar respuesta e invita a celebrar luego de haber agasajado a su público con dos horas de canciones de esas para no olvidar.
En el inicio, con los primeros acordes, nomás, el público amaga con desbordar la sala y mantiene en vilo a los asistentes y a la crew en general, pero cuando el cantante recita esos versos libertarios que hablan de los marginales del mundo que son esclavos de la necesidad, de los que sueñan despiertos, de los que no pueden dormir, la audiencia ya está hipnotizada, todos en sus asientos, escuchándolo como si fuera la primera vez.
Éste es sin dudas el concierto perfecto que Calamaro imaginó desde su regreso a los escenarios hace ya una década, con paso lento pero seguro. Un show de interpretación, para mostrar sus dotes como cantante, como intérprete, pero también como letrista y divulgador de la música popular argentina. Aquí, expuestas en su expresión mínima, las canciones-himnos de Andrés cobran nuevos significados en cada verso y se combinan con precisión con las composiciones de autores como Pichuco y Cadícamo, Nebbia y Piazzolla, Miguel Abuelo y Lou Reed («poeta de Nueva York», gritará al viento una vez enlazados su «Carnaval de Brasil» y «Walk on the Wild Side»).
Es una película en blanco y negro que se saborea de principio a fin, un show jugado en el que Calamaro logra capturar la atención de sus seguidores más jóvenes que, aunque no conozcan la letra, agradecen a su manera la versión de «El día que me quieras», sacándole fotos con su celular y whatsappeando las imágenes a sus padres para que vean que ellos también escuchan tango, aquí, en la capital del cuarteto.
El cantor se reserva una catarata de amor para el cierre, que incluye una sentida versión de «Himno de mi corazón» con solo de armónica y varios de sus hits más probados. Entonces, sí, se arrodilla en el escenario, besa el suelo cordobés y se despide hasta la próxima con una barrida torera.
«¿Y? ¿Qué te pareció?» Palabras más, palabras menos, un memorable homenaje a la canción, con altas dosis de riesgo y un repertorio que no muchos tenemos.
Hay celebración de primera noche en el backstage, con asado y vino fino, con anécdotas del encuentro que, ayer nomás, unió en una misma mesa a Calamaro y Julio Iglesias, con quien grabó este año y del que dice ser amigo. Hay también una promesa de escucha de su sorpresivo nuevo álbum de canciones originales que saldrá el 2 de diciembre y muchos recuerdos de giras pasadas.
«Éramos aventureros y divertidos, honramos la ley del rock», dice con sonrisa marca registrada y ese tono nasal tan familiar y depurado durante más de cinco décadas. «Si resisto la ansiedad previa a las giras, entonces me gustan. Ahora me cuido mucho, hablo poco, trato de dormir y tomo té de jengibre. Es lo que hay y hay que cuidarlo. Nos dimos buenas palizas de rock lifestyle. Los años «Spinal Tap» los vivimos. No soy un apasionado de girar eternamente, pero para un misántropo como yo estar de gira es una vida social interesante.»
Señoras y señores, la gira está servida.
Cronología de una noche íntima
21.30 El comienzo Calamaro abre el show con «La libertad»
21.50 Cancionero popular Segmento aleccionador: «Garúa», «Piedra y camino», «Copa rota» y «Milonga del trovador»
22.10 Para cantar «Carnaval de Brasil», «Los aviones», «Tuyo siempre» y «Para no olvidar», cantados por todo el público
22.45 La versión «Himno de mi corazón», con solo de armónica, eriza la piel
22.50 Súper hits «Flaca» y «Paloma» ponen el hitómetro en rojo y cierran oficialmente el show 23.05 Primer bis «Mi enfermedad»
23.15 Pop y gritos «Media Verónica», «Crímenes perfectos» y todos contentos