«Nunca me tomo demasiado en serio»

Los Rodríguez ya son historia, pero él no puede parar. Ya grabó Alta Suciedad, el álbum con el que retoma su carrera en solitario. Y proyecta registrar nuevas versiones de viejos hits del rock y del tango.

Hotel Calamaro. Un televisor clavado en MTV que ahora muestra un clip de Beck, varias botellas de agua mineral y cerveza, la cama hecha, camisas de seda italiana en el placard abierto, un equipito de música y discos: The Allen Tousaint Collection, Citizen Steely Dan. 1972-1980, Bernie Worrell. Blacktronic Science. Un libro por ahí: Ese maldito yo, de

E.M.Cioran. Y la forma de hablar tan Calamaro invadiendo todo el cuarto de hotel de Recoleta. Su forma de hablar: cierta impostación del Manual de la Estrella de Rock, certezas como casuales y una generosa amplitud temática. Andrés Calamaro está en Buenos Aires con motivo del lanzamiento del disco Alta suciedad, su primer trabajo solista en ocho años si no se tienen en cuenta sus dos Grabaciones encontradas. El último, entonces, había sido el brillante Nadie sale vivo de aquí, de 1989. «En realidad, no siento que éste sea mi primer trabajo solista desde hace ocho años. No era la cuenta que llevaba yo. Siempre me sentí como un actor que cumple distintos papeles.» Calamaro toma agua y no para de fumar. Emite pequeñas toses, carraspeos que utiliza como un tiempo extra para pensar las respuestas. Como cuando dice, al cabo: Bueno, en todo caso defiendo mi individualismo. Y en casos extremos, hasta mi egoísmo. Creo que si el disco es bueno se justifica».

Desde sus comienzos -a esta altura, insólitos- como un lampiño tecladista de Raíces (banda de candombe liderada por Beto Satragni) hasta el contemporáneo hacedor de canciones que se convierten en éxitos instantáneos, Calamaro contempló cómo su figura adquirió el prestigio casi incuestionable de algunos clásicos. «No sé. Siempre fui músico de instrumentos. Me gusta tocar, agarrar una guitarra y tocar. Comencé a escribir canciones relativamente de grande. Y nunca me tomo demasiado en serio.»

¿No te tomás en serio?

No. Yo simplemente quiero hacer rock. Además, hay una cuestión armónica. Uso tonos mayores y menores, es decir, la armonía del mundo. Lo más vulgar y llano. Quizás eso hizo que se le dé más valor a mis letras que a la música. Quizás esa simplicidad redunde en la masividad…Creo que es otra cosa. Hay misterios. Sobre las canciones, me gusta una definición de Bob Dylan: «Una canción es el pensamiento de alguien. Tiene que ser lo suficientemente heroica para dar la sensación de poder detener el tiempo por un instante, con ese pensamiento, más allá de lo que ese pensamiento describa».

Siempre que se menciona a clásicos del rock nacional, se dice Spinetta, Charly García, tal vez Páez. Vos nunca figurás. ¿Por qué pensás que ocurre eso?

Te olvidás de Los Redondos, Sumo… Bueno, yo estoy ahí. Si alguien está asomando no sería yo.

Es decir que te considerás clásico.

Mirá, a mí me da miedo envejecer. Y morir. No quiero ser un músico que sólo sirva para recordar sus viejas aventuras y grabaciones. Me parece tremendo. Quiero ser como Dylan, que sigue tocando, que sale de gira. Es decir, no quiero ser clásico: quiero ser contemporáneo como Dylan.

¿Por qué pensás que la mayoría del rock argentino vendedor tiene más de 30 años?

A veces, a los más chicos, les toca ser relevo de gente muy joven todavía, que quiere seguir tocando. Por otra parte, creo que después de los 30 se tiene la madurez para tocar rock y blues. Me pasa a mí. Mis mejores conciertos, donde mejor toqué y canté y mejor estaba plantado escénicamente, fue hace poco con Los Rodríguez, en algún lugar de España.

Además de la edad, en tu caso aparecen a lo largo de tu carrera más de una regresión.

Sí, sobre todo antes de Por mirarte, alrededor de 1986. Eso se notó en algunas de las grabaciones encontradas. Lo mismo le pasóa Charly con Piano bar o ahora a Spinetta. A mí me gusta mucho el rock de oro, el que va del 68-69 al 73-74. La época del vinilo, de ir a buscar el último de Moris a Parque Rivadavia. Es más, apenas terminé Alta suciedad me puse a grabar cositas de rock nacional. Una de ellas la incluí en el disco, como bonus track.

¿Qué tema?

Catalina Bahía, de Pedro y Pablo. Tengo muchísimos temas grabados así. También mucho tango. Algún día me gustaría hacer un disco de rescate de viejos tangos y viejos temas del rock nacional .

 ¿Qué te pasa con el tango?

Hay que dejarse atravesar por la música grande. El tango es exquisito, tanto en poesía, orquestación, instrumentistas, intérpretes. Hay que rendirse ante la evidencia. Siempre me gustó. Es más, en 1979 estuve a punto de ser músico de Nelly Vázquez. Yo venía de Raíces, y necesitaban un pianista para una gira. Yo no tenía ni idea. Hice la prueba y reboté. Pero tengo una foto: yo, con moño, junto a la orquesta.

Muchos de tus temas tienen cierto pulso tanguero: la derrota, el alcohol, el desamor, los bares. Es más: Susana Rinaldi acaba de elogiar la letra de tu tema Flaca…

Sí, pero no. Respeto mucho a los poetas del tango. Igual te quiero decir que soy rockero. Se puede pensar que para mí el tango, la ranchera, el folclore son iguales al rock, sería un error. Lo mío es el rock. Aunque se confunda rock con cualquier cosa. Aunque ya no sea esa especie de underground barrial o aristocráctico que era en otra época.

¿Y por qué pensás que se confunde?

Porque el rock se dio la mano con el fútbol y la televisión. Y en esa compulsa, se sabe quién gana. Hace poco en Miami vi con pavor la inserción de un género que no existe: rock latino. Claramente importa más que sea latino a que sea rock.

¿Lo tuyo no es rock latino?

No sé. El único problema de las etiquetas es que se te pegan. Porque en verdad no dicen nada. A mí no me importa que una publicidad de TV tenga música de rock. Y no se me ocurre dar un paso al costado de todo eso. Prefiero huir hacia adelante.

Andrés Calamaro habla después de Antonio Escohotado, el pensador español que aboga por la legalización de la droga. Y cuenta de Malasaña, el barrio madrileño donde vive, «lleno de bares y teatros». De Ariel Ortega, «un muchacho que tiene la gran virtud de hablar poco, esa forma de la discreción que tantos beneficios rinde». De qué hacer esta noche («tocan Los Twist, no es un mal programa»). Todo lo dice mientras se cambia la camisa y se ajusta una botas. Todo lo hace mientras pregunta: «¿Querés escuchar el disco?».

Quedó Alta suciedad y le ibas a poner El otro lado del novio del olvido. Si un título define al disco, descartaste el melancólico y poético y quedó uno duro, casi de prostesta.

Dudé mucho. Todavía me angustia la cuestión. Lo consulté con camareros de bar, amigos. No sé. Alta suciedad es el tema que abre el disco, pero no quiere decir que sea un disco alto, sucio y de permanente denuncia. Descarté otros que cada vez me gustan más. Uno era Decidí contarlo, y otros eran de Cioran: Frente a los instantes y Ese malditoyo. Pero bueno, ya está.
Piensa Calamaro, y mueve el pie escuchando sus canciones. Y dice: «Si algo me va a joder del disco no va a ser precisamente el título».

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