El músico argentino acaba de publicar «Romaphonic Sessions», un disco de versiones propias y ajenas grabado con su pianista Germán Wiedemer
Tiene un nuevo álbum, «Romaphonic Sessions», grabado únicamente con su voz y el piano de Germán Wiedemer, en el que combina material propio procedente del repertorio de Los Rodríguez y de sus discos en solitario con versiones de Carlos Gardel o Astor Piazzolla. El compositor, instrumentista y vocalista Andrés Calamaro se dispone a arrancar en unos días su nueva gira española.
—Acaba de sacar un nuevo disco, en cuyas notas se sugiere que surgió de forma particularmente espontánea, ¿hasta qué punto ha sido este disco una sorpresa para usted?
—Un disco no debería ser sorpresa. Una auténtica sorpresa sería robarle protagonismo a los políticos y futbolistas con música. Es alarmante que los funcionarios y los cocineros hayan robado protagonismo cultural a los guitarristas y los toreros. Estamos viviendo una revolución blanda pero invertida. De momento.
—Nosotros, los dos músicos que participamos en este álbum, tenemos rock en la sangre. Ni más ni menos. Tampoco se crea usted que el rock me importa como asunto excluyente. Espero con mayor interés la próxima novela de Michel Houellebecq que el próximo disco de… Neil Young.
—¿Qué significado tiene haberlo asociado a la serie «Grabaciones Encontradas»?
—Se entiende por «Grabaciones Encontradas» un disco de archivo. Las Grabaciones Encontradas nunca prometen ser lo que no son. En este caso, un ensayo en el estudio, grabado informalmente en dos tardes de mayo del año pasado.
—La portada recuerda a los discos de Blue Note… ¿buscaba esa especie de «solemnidad» para presentar el disco?
—Sería insolente decir que las portadas de Blue Note son casi tan interesantes como los contenidos musicales del sello; además, no es del todo cierto. Pero si que fueron una «revolución» gráfica y estética. Nunca antes se había presentado el jazz en envoltorios tan atractivos. No me di cuenta de que la portada contagiaba al disco de cierta solemnidad y no crea que la idea me disgusta del todo.
—«Mi enfermedad» o «Paloma» resultan particularmente emotivas en este formato, pero supongo que habría ocurrido igual con muchas de las canciones de su repertorio, ¿por qué aparecen estas y no otras? ¿cómo hizo la selección de canciones para el álbum?
—Es verdad que buscamos otro registro para estas canciones, que son mucho más reconocibles en su estética eléctrica habitual. La selección responde a nuestras buenas intenciones de establecer un repertorio, ensayarlo y presentarlo en San Sebastián en julio pasado.
—¿Cómo se lleva con su repertorio? ¿Hay canciones que adora y otras que detesta? ¿Cambia eso de un día para otro?
—No crea que tengo una relación tan «íntima» con mi repertorio, apenas lo escucho. No encuentro un momento apropiado para sentarme a escuchar mis propios discos. Si casualmente ocurre que escucho algo, digamos, en la radio, puedo sorprenderme. Incluso gratamente.
—Y al abordar canciones ajenas, ¿cuál es su disposición? ¿cómo se combinan entusiasmo de fan y respeto?
—Siempre con respeto por la obra y por el canto mismo.
—¿Diferencia sus distintas facetas como compositor e intérprete o ambas forman parte de un todo?
—Ambas «especialidades» son fragmentos de un todo. Originalmente soy un aficionado al rock y las músicas de vanguardia. Pero no tenía intenciones de vivir con mis padres hasta los treinta años, no señor. Y estamos hablando de Argentina en el peor escenario para ganarse la vida como músico. Lo de soltar amarras es una cuestión cultural mas que económica. Saber vivir… No se puede hacer una tortilla sin huevos.
—Su carrera transcurre desde hace décadas sobre todo entre España y Argentina, ¿hasta qué punto su identidad, su carácter es de un sitio o de otro, o tal vez de los dos a la vez?
—Mi carrera se apoya principalmente en Hispanoamérica; en México tenemos un mundo por delante y en toda Sudamérica me aprecian mucho y con categoría de leyenda viviente, un estatus formidable que agradezco con humildad. A España le cuesta reconocer sus propios méritos a menos que seas cocinero (lo antes dicho), quizás responde a la extraña lógica de querer comer sin engordar. Curiosamente, me desentiendo de las cuestiones de Argentina cuando estoy en Madrid, no leo los periódicos de allí, ni me importa el fútbol argentino, ni echo de menos la comida vernácula (que encuentro en Madrid)… En cuanto a mi identidad, estoy aceptando que quizás nunca tenga un hogar estable donde rodearme de mis instrumentos, mis libros, mis cuadros y los discos. Ya son tantas mudanzas que estoy resignado a ser un espíritu sedentario en un cuerpo nómada.
—¿Qué rasgos de la cultura y el carácter de España le resultan más atractivos?
—Me gusta la vida que se vive aquí. Caminar por calles silenciosas bañadas por el sol de Madrid por la mañana, comprar el periódico y los buenos alimentos. Viajar en transporte público leyendo novelas francesas. Los toros y el flamenco. El flamenco y los toros. Sevilla y Barcelona. Aquí se puede disfrutar de las pequeñas grandes cosas, como un cigarro y una cerveza (dos costumbres que me son ajenas pero que forman el paisaje). Lo importante de sentarse en una terraza es que las posibilidades que te atraquen con violencia sean las mínimas. Podemos ir al futbol y el peligro de que te peguen los hooligans es estadísticamente bajo; el estallido musulmán no es inminente, el correo funciona, los trenes son rápidos y limpios. La gente es abierta, tolerante y muy amable; otra cosa es la vida virtual, aquello que «existe» únicamente en la red… o el caldo del puchero de los políticos. Pero en la superficie la vida es otra cosa. Y en el fondo, vamos viendo.
—Se ha declarado admirador de la fiesta de los toros, cuando parece que existe una fuerte corriente de oposición a la misma, ¿qué significa para usted una corrida de toros?
—Soy decididamente taurino, declarado admirador de la tauromaquia, los maestros, la liturgia y la cultura folclórica que la rodea. Además conozco el campo ganadero, soy amigo de toreros y los aficionados me ofrecen respeto. Las corrientes animalistas viven en una nube de pedos que se amplifica -por mil- en las invasivas redes sociales. Sin internet los animalistas no tendrían donde derramar su intolerancia ni sería (el abolicionismo) un buen caldo para el puchero de los políticos. La «izquierda entrecomillada» odia la tauromaquia y se pasa por el forro aquel principio idílico del «prohibido prohibir». La corriente abolicionista es inquisitorial y puritana. En los tendidos soy un aficionado inesperado.
—Igualmente admira el flamenco, pero supongo que el flamenco es para usted otra cosa que un género musical, ¿no es así?
—El flamenco es un genero musical muy serio, pero también es una cultura, un modo de vida, un tránsito en el tiempo, un estado de ánimo. El espíritu flamenco es bohemio, es el swing puro, es terriblemente musical, es trágico y alegre. Es un tesoro cultural extraordinario.
—Cuenta con buenos amigos entre los músicos españoles, ¿se siente parte de esa generación a la que pertenecen Jaime Urrutia, Bunbury o Loquillo?
—No hay muchas cosas más importantes que la amistad y el respeto. Pero con El Loco, Enrique y Jaime tengo más que amistad y respeto; compartimos convicciones de identidad cultural, musical, ética y, si me permite usted, también morales.
—¿Qué música escucha?
—Jazz grabado antes de 1960 (soy flexible con la fecha): John Coltrane, Miles Davis, Thelonious Monk, Charles Mingus, Sonny Rollins, Sun Ra, Cecil Taylor (etcétera)… Esa quinta. Es la música que se me hizo costumbre. Pero cualquier día me despierto escuchando Juan Moneo con el toque de Periquín.
—Intuyo que no era una de sus mayores influencias, pero ¿le causó algún impacto la muerte de Bowie? Los grandes héroes musicales de los 60 y 70 se hacen mayores y en muchos casos nos van dejando, ¿qué le sugiere esa progresiva desaparición de los músicos que hicieron que el rock fuera lo que fue o lo que es hoy?
—La progresiva desaparición de los músicos me parece una autentica mierda. Perdón por la expresión pero estoy totalmente en contra de la finitud de la vida.
—¿Echa de menos el espíritu que había en la música en tiempos quizá más ingenuos y más puros?
—Caramba, ¡no! Nunca fui demasiado puro porque a ser puro también se aprende con el tiempo. Nunca fui demasiado ingenuo tampoco. Tengo buenos recuerdos pero también buenos olvidos.