Durante el verano, el cantante subió a la web más de un millar de remezclas y versiones en las que se cruzan hip hop, reggae, jazz y heavy metal. El proyecto sigue en marcha, a la vez que ya trabaja en su próximo álbum junto a su flamante banda.
Por Javier Aguirre
Ya pasó algo más de una década desde que Andrés Calamaro asoció para siempre su nombre al adjetivo “prolífico”, merced a la edición del CD doble Honestidad brutal (1999), del CD quíntuple El salmón (2000) y, en especial, gracias a una larga serie de grabaciones que subió a Internet entre 2002 y 2003, de modo que estuvieran disponibles para la descarga libre, bajo distintos títulos de trabajo, el más popular de ellos, Deep Camboya. Esa inmensa colección de grabaciones inéditas incluía demos en cuatro canales, versiones, zapadas, instrumentales y, fundamentalmente, composiciones: canciones escritas y grabadas casi en el mismo momento. A muchas de ellas las volvió a grabar, fueron editadas “formalmente” y resultaron clásicos, como “Estadio Azteca”. Otras tantas no volvieron a ser abordadas y permanecen, como congeladas, en añejos archivos mp3.
Durante el verano, mientras seleccionaba a los integrantes de su nueva banda –con la que trabaja en nuevo disco y gira–, Calamaro pareció haber vuelto a disfrutar aquello de la difusión compulsiva de grabaciones vía web: ya lleva subidas más de mil piezas en el sitio sound cloud.com, bajo el e-seudónimo (por no decir nickname) de A$K. De a varias por jornada, quizá hasta treinta, a toda hora, en tiempo real, con algo de reality sonoro. Sólo que, esta vez, el foco no estuvo puesto sobre la composición “tradicional” de canciones propias, como las que registrara en una portastudio Tascam hacia 2002, sino sobre la mezcla y remezcla digital de distintas fuentes (por no decir mash up). Esta experiencia –más cercana al mouse que a las guitarras–, atraviesa pistas de hip hop, reggae, jazz, heavy metal, y recurre a Los Beatles, a Snoop Dogg o a Leopoldo Marechal. Un océano más cercano a un idioma experimental que a una lengua popular. Y sobre el cual el propio artista ha reclamado, en distintas arterias de la web, más atención.
–¿Cuánto tiempo diario le dedicó a este proyecto en Soundcloud? ¿Qué hay al final de la nube?
–Estaba de vacaciones y grababa en cualquier momento del día. Tengo que arrancar con ensayos y grabaciones comprometidas, y el refugio para mi conciencia es este mixtape shit permanente. Tampoco tengo buen sueño, puedo quedarme grabando y tomando mate, como buen criollo. Mi única finalidad es sentarme y grabar un poco. Hace más de un año, una corriente nos exige cambios revolucionarios, descartando la existencia de discográficas y derechos de autor. No es que esté de acuerdo, pero me sujeto al reclamo. Respeto el repertorio marginal. Lo hago por amor al arte. Peor que amor al arte: evasión de la realidad. Pura y dura. Aunque también me gustaría recibir cualquier clase de feedback.
–Las grabaciones parecen agrupadas según nombres parecidos, citas a las mismas fuentes o imágenes que las unen. ¿Las imagina como series, como protodiscos? ¿Se imagina editándolo?
–Se me ocurre improbable empaquetar esto, porque tendría que recopilar permisos de demasiados sampleos. Hay un posible próximo paso, pero de momento presento un catálogo de direcciones y sonoridades. Sé que es demasiado posible perderse entre tanto repertorio y perder el foco. Debería reducirlo a álbumes de diez tracks, con su arte gráfico y sus títulos, con códigos de música y de otros mojones culturales. Cualquier cosa serviría, una edición ilegal de CD, una Radio A$K online… Ideas siempre sobran, todos tienen una.
–¿Cómo elige las pistas de Beatles o de hip hop sobre las que trabaja? ¿Qué busca?
–Elijo la dirección según lo que tengo a mano, según lo que encuentro, en discos o en YouTube: loops instrumentales, MC, cantantes y solistas. Muchas veces sigo una línea de concepto y género. Revisitar a Los Beatles y sumarles hip hop ya es un género en sí mismo: “The Black Beatles”. O “Brown Sugar en el five o’clock tea”. Es notable el talento de los iconos del hip hop. Se miden con Los Beatles y siempre es interesante. Estoy escuchando mucha música. Y elaborando lo imposible, que es hacerlo sonar junto sin Live ni Syncro ni nada más que canales de audio y un sampling.
–Este proyecto parece no tener mucho que ver con lo que la industria, por décadas, esperó de (o exigió a) los músicos. ¿Adiós a los discos “convencionales” que se publican cada dos o tres años, con su gira de promoción, etcétera?
–Puedo acomodarme relativamente al concierto de la industria. Amo la industria y a todos los músicos; me gustan los Grammy y también tener, detrás, cerebros discográficos que sepan cómo desarrollar proyectos.
El próximo disco “convencional” de Andrés Calamaro ya está en proceso de elaboración. Cachorro López, viejo compañero del cantante en Los Abuelos de la Nada y productor de La lengua popular, ya trabaja en diez canciones. Una vez que la grabación concluya, el resultado será mezclado y masterizado en Estados Unidos. Mientras, Calamaro ensaya junto a su nueva banda, formada por los guitarristas Julián Kanevrsky (el único que permanece de su grupo de apoyo anterior) y Baltasar Comotto, el bajista Mariano Domínguez, el baterista Sergio Verdinelli y el tecladista Germán Wiedemer. Con ellos, el cantante tocará por primera vez en Villa María, Córdoba, el próximo 4 de mayo, en una gira que seguirá el 12 en Tucumán, el 17 en Santiago, de Chile, el 23 en Mendoza y el 25 en Rosario. Más adelante se agregarán más fechas –también para el resto de América latina– y se anunciará un gran show en Buenos Aires para fin de año.
–¿La composición, escribir canciones, ha perdido lugar en sus preferencias últimamente?
–Escribí muchas canciones el año pasado, llegue a un éxtasis creativo… Pero preferí frenarme a tiempo. El mixtape shit es instrumental y cantado, estoy grabando música en inglés. No entender las letras es formidable; es el auténtico descubrimiento de una canción, no poder separar la letra de la música.
–¿O sea que le parece mejor no entender la letra de una canción?
–Es totalmente inoportuno que la letra de una canción sea arrancada de sus instrumentos, de su melodía, del género, del groove, de las armonías y de la interpretación. La idea de la letra y la música juntas es generar esperanza, dar la sensación de poder parar el tiempo. Hay un auge de la importancia de las letras que es inoportuno, yo nunca entendí las de Led Zeppelin, Dylan o Los Beatles, y acá estoy. Es un defecto de las audiencias que perdieron en entrenamiento musical como oyentes. Que escuchen a Keith Jarrett, Hendrix, Coltrane, Muddy Waters, y me digan si la letra vale la pena fuera de la canción. La letra es canto, es música también. Lo que importa es el tejido musical, el sonido de la música. Crecimos escuchando música en inglés, brasileña o instrumental. La salsa, el flamenco y el blues apenas necesitan unos versos y tienen extraordinarios cantantes. Ahora mismo acabo de terminar una serie, con música de Astor Piazzolla y flamenco bueno de Miguel Poveda, sobre la poesía de Leopoldo Marechal. Esas sí son letras.
–Ha señalado cierta falta de atención de la prensa hacia este proyecto. Pero nadie diría que usted es, precisamente, un artista olvidado. ¿Cree que recibiría más respuesta si se trataran de discos “convencionales”?
–Es muy triste el desinterés. Twitter, Soundcloud… A nadie le importa la nube de A$K. Ojalá todo volviera a ser como antes, venderíamos millones de discos. Tendríamos todo. No sólo las vaquitas ajenas. Hay un mundo esperando que vuelva y cante “Paloma”, que les traiga nuevas canciones. Hay trescientas especies de palomas. Y trescientos pájaros en el nido.