Por Humphrey Inzillo | Fotos de Cristian Welcomme | Letras dibujadas por Guille Vizzari
«Vamos a cantarles un estreno, es ya el segundo estreno, se llama ‘Costumbres argentinas’ y dice así.». Esa frase de Andrés Calamaro quedó inmortalizada en el disco en vivo que Los Abuelos de la Nada grabaron en un fin de semana de mediados de junio de 1985 en el teatro Ópera. Y probablemente sea una de las más icónicas del imaginario musical argentino. Lo que le sigue son tres minutos de un hit. Uno entre decenas de hits que el Salmón compuso en una trayectoria que supera las tres décadas y las mil canciones.
Treinta años después de ese, su primer disco en vivo, Calamaro lanza dos nuevos álbumes grabados en directo: Jamón del medio, que incluye una serie de conciertos registrados en Barcelona, Madrid, Santander y Málaga; y Pura sangre, un DVD filmado entre diciembre de 2013 y buena parte del año pasado en calles y escenarios de América latina. Ambos lanzamientos funcionan como un mapa de las huellas que han dejado Calamaro y sus canciones en distintas partes del mundo. Acaso el derrotero de una vida atípica e intensa explique, en parte, el secreto de su éxito. «No soy un artista de generación espontánea, me llevaban al instituto Di Tella como a otros chicos los llevan a la cancha a ver fútbol, crecí escuchando las conversaciones de mi padre con [el poeta argentino] Alberto Girri y Les Luthiers ensayaban en mi casa.», relata vía mail, el sistema que Calamaro suele utilizar para sus entrevistas con medios gráficos.«Tengo rock en la sangre, pero no siento la necesidad imperial de demostrárselo a nadie. Transité barrios altos y también los vertederos de basura donde camina la droga dura, conozco las cárceles y los hoteles de cinco estrellas».
La proyección continental que alcanzó Calamaro en los últimos años ratifica la empatía que generan sus canciones en prácticamente todo el mundo de habla hispana. Y, más allá de la valoración de los críticos y el reconocimiento de sus pares, el impacto de sus canciones llega también a las hinchadas de fútbol. Otro logro, nada menor, que lo posiciona como uno de los autores indispensables de la banda sonora de millones de vidas.
Todo eso Calamaro lo logró con canciones, esos artefactos mágicos que domina a la perfección. Una canción puede ser el más maravilloso de los misterios. Un cuento musical que, en su forma más tradicional, dura tres minutos y que, en su forma más perfecta, se nos mete bajo la piel para toda la vida. Y, aunque pueda sonar ridículo, Calamaro, que ha desarrollado el oficio de crearlas como pocos otros lo han hecho, insiste desde hace mucho tiempo en que ese formato está sobrevalorado. «Sencillamente valoro la música basada en la ejecución. Es fácil de comprender de qué estoy hablando: el rock, el funk y el jazz (y casi todos los géneros) suelen estar fuertemente ligados al modo de tocar los instrumentos y así imprimen sus cualidades y su valor», argumenta. Pero también se permite el beneficio de la duda: «La canción está sobrevalorada y todo lo contrario, los que las cantamos en este idioma lo tenemos más complicado porque nuestro pueblo nos entiende y es más sencillo criticar una letra en este idioma que una cantada en un idioma que no entendemos. Y, al mismo tiempo, existe un público que demanda entender. Caray, cuántas responsabilidades».
Calamaro no solo se dedica a componer canciones. También las canta. Las (re)descubre y las versiona, sean propias o ajenas. En el último año y medio, con una de las mejores backing band de su trayectoria, Calamaro ofreció 61 conciertos. «Ahí tuve que cantar bastante. Fueron más de mil temas, según mis cálculos. Interpretar es la convivencia con las canciones y hay que ofrecerle inspiración y ‘duende’ al momento de cantarlas en el ‘real time’. No puedo separar la interpretación de la invención de canciones», dice. «Tampoco estoy seguro de que siga haciendo canciones para siempre, porque puedo pasar largas temporadas sin escribirlas y sigo muy interesado en otro tipo de creación musical, incluso en ninguna. Tuve mi etapa de canciones ‘en defensa de un estilo de vida’, épocas en las que me sentía capaz de escribir sobre cualquier cosa, canciones inspiradas por un evento etéreo. También me atreví con conceptos más pesados y letras de catarsis o escritura rápida y automática. Pero puedo quedarme sin escribir canciones por los siglos, no es mi única ‘necesidad’ musical o vital».
BRANDO: ¿Por qué?
CALAMARO: Porque escribir canciones puede ser una cuestión estrechamente relacionada con la obsesión y la exploración de abismos de la conciencia humana, razón por la cual espero la llegada de un equilibrio próximo antes de pensar en escribir y grabar intensamente de nuevo. Pero también puede ser una necesidad en la producción de un disco, en la ruta hacia un deseado éxito. Se hace para «existir», es legítimo y no tiene nada de malo.
BRANDO: ¿Seguís algún tipo de método para escribir canciones?
CALAMARO: Mi método es grabar un artefacto musical, no terminar el instrumental sin haber escrito algo de letra, un borrador de ideas o un título; y después completar una grabación con cierta pericia para que suene bien y pueda escucharse. Tengo trucos y algunas otras técnicas, además de poder rimar palabras sin perder el poder de las ideas, los conceptos o el sentimiento. La rima, ese arte maravilloso.
BRANDO: ¿Por dónde se empieza?
CALAMARO: Puede ser por una sencilla secuencia de acordes, un groove, una línea de bajo, un panorámico de guitarras. Cuanto más sencillo sea el planteo armónico, más opciones melódicas tenemos, aunque podrían ser menos interesantes. Digamos que encontramos dos series de acordes para cantar arriba. Entonces tenemos que cantar algo que tenga sentido y que suene bien: yo aconsejo no madurar demasiado en las cuestiones musicales sin antes progresar en lo que va a ser la letra.
BRANDO: ¿Y cuánto tiempo te lleva?
CALAMARO: Todo tiene que ocurrir en apenas horas para no aburrirme. Algo con sentido, sonido y sensibilidad. O con groove o con interés armónico o melódico, algo rabioso o sentimental, algo profundo y verdadero, algo instrumentalmente interesante. Algo que me haya gustado grabar y me guste escuchar. Pero, realmente, desconozco cuál es el verdadero método para escribir canciones. Ahora mismo puedo esperar despreocupadamente a que «llegue» la próxima, y quizás con mayor o menor urgencia, ese sea un método: provocar a la canción para que llegue. A veces después de buscarla una noche entera, o dos semanas. O dos horas.
BRANDO: ¿O sea que nunca es un trabajo de largo aliento?
CALAMARO: No tengo normas ni sistemas que me hagan creer que soy un verdadero compositor de canciones. Escribo mientras grabo. No soy, formalmente, un escritor de canciones: soy grabador de canciones. Si la letra y la música no aparecen, voy a intentar otra cosa. Tampoco tengo la costumbre de revisitar o mejorar las canciones. Escribo con grabadores e instrumentos, tratando de que la canción se pueda escuchar y suene en ese momento. Me considero, más bien, un especialista en demos. Lógicamente, quiero encontrar una cierta verdad, un punto, un sentido musical, un conjunto de palabras cantadas que sostengan una idea o una serie de imágenes que puedan formar parte de la conciencia sensible del aire. Es una manera de transformar el agua en vino, literalmente. Prefiero que la música y la letra lleguen juntas, y no se hagan esperar demasiado.
«Conmovedora y brillante». Eso responde el Salmón cuando le pregunto por las cualidades que tiene que tener una canción, ya sea propia o ajena, para que le despierte algún tipo de interés.«También tiene que ofrecer una sensación de eternidad aunque esté cantada en otro idioma y no entendamos la letra», explica. Eso le pasa, dice, con las canzonetas napolitanas de Roberto Murolo (1912-2003). Pero también con la mayoría de los artistas que escucha cantar en otro idioma que no sea el español. «Importa la interpretación del cantor, el texto (o cómo suena) y, fundamentalmente, el choque de la melodía con las armonías, los acordes. Algo ocurre cuando una melodía se encuentra con los acordes correctos, algo que nos conmueve. Una vibración, algo posiblemente espiritual».
Calamaro hizo los primeros esbozos de canciones en tiempos de dictadura, mientras cursaba el secundario en el más progre de los colegios porteños: la célebre Escuela del Sol. Andrés los recuerda como intentos pequeños en el patio, durante algún recreo. Luego, la cantante Marikena Monti le propuso musicalizar unos textos del poeta Héctor Negro. Pero fue recién cuando se cruzó con el guitarrista Gringui Herrera que empezó a explorar el arte de la canción con cierta regularidad. «Me preparé, sin ser un estudiante obsesivo, para tocar instrumentos. Primero la batería y después el teclado, y así poder optar por una existencia musical, acoplarme a bandas u otros proyectos, incluso ganar algún dinero acompañando cantantes. Pero fue con Gringui, cuando nos volcamos al formato de canción de rock», explica Calamaro. «Siempre fue un músico extraordinario y fue él quien me contagió un interés por la canción de rock con inquietudes armónicas. En ese estadio me encontraron, pronto, Los Abuelos de la Nada. Miguel nos reunió con la intención de ser un colectivo de camaradas capaces de escribir canciones y tocar flexibles instrumentos en las canciones de cada uno».
Gringui había repetido un par de años del colegio secundario, y cuando se conocieron, él estaba en tercero y Andrés había pasado a quinto. «Compartimos juntos ese año y casi lo cago a trompadas varias veces, porque era demasiado pesado. Se mandaba cada monólogo. ¿O no viste que Calamaro habla mucho?», recuerda Herrera, entre risas. Es que a pesar de esas peleas adolescentes se volvieron parceiros. Después de un viaje iniciático de Gringui por España, empezaron a encontrarse para escribir, juntos, sus primeras canciones. Andrés, que todavía vivía con sus padres, tenía un piano vertical en su habitación. Gringui comenzó a frecuentar el hogar Calamaro y allí surgieron páginas como «Fabio Zerpa tiene razón» (que formaría parte de Hotel Calamaro, de 1984, el debut de Andrés como solista), y otras, como «Así es el calor», que integraban el repertorio de Los Abuelos de la Nada.
«Siempre funcionamos muy bien en el aspecto compositivo. En ese momento, por lo general yo aportaba una idea musical y la melodía, y Andrés escribía la letra. Se daba una buena conjunción. En definitiva, las canciones en colaboración se siguen haciendo así. Pero en ese momento, tener un tema en bruto, tocarlo y después grabarlo era algo absolutamente novedoso», explica Gringui.
Eran tiempos, también, de las primeras experiencias cannábicas. «Era plena dictadura, y la verdad es que fumábamos con un poco de miedo. A veces íbamos a la placita de Las Heras y Canning, donde aparecía el Cuino Scornik [coautor, junto con el Salmón, de «No me pidas que no sea un inconsciente» y «Estadio Azteca», entre otros hits]. Pero, por lo general, los prendíamos en un balconcito que daba al cuarto de los padres de Andrés, así que teníamos que hacerlo con bastante carpa», dice Gringui. «Compartíamos muchas cosas en ese momento. Y, además, también estaba Javier (Calamaro, el hermano de Andrés) dando vueltas. Sacaba fotos, y era un tipo muy instruido musicalmente. Tenía un montón de discos y nos juntábamos a escuchar música en su cuarto. Él me mostró cosas muy buenas de James Taylor y de Steely Dan».
Gringui solía quedarse a cenar en la residencia Calamaro. Y una de esas noches, Andrés le mostró «Mil horas», una de sus primeras canciones compuestas en soledad. «Me la tocó en el piano vertical de su casa. Me acuerdo patente. No voy a decir nada nuevo, pero era tremendamente pegadiza. La prueba está en que además de ser un super-hit, la grabaron en ritmo de cumbia y de bolero».
En ese momento Calamaro llegó a acompañar algunos cantantes, tocó con los Plateros y también en la emblemática discoteca Mau Mau junto a los Mathews. Esas primeras incursiones en el mundo de la música profesional le permitieron financiar algunas grabaciones iniciáticas en el Estudio del Jardín, con Mario Breuer detrás de la consola. «Si yo juntaba unos dineros, pagábamos unas horas y grabábamos los dos: pensábamos los arreglos en el colectivo y primero grabábamos una toma de bajo y batería, después otra de guitarra y teclado, y finalmente cantábamos y poníamos coros», dice el Salmón. «Fueron grabaciones bastante buenas, algunas de aquellas canciones las grabamos más adelante con Los Abuelos o en nuestros primeros discos. Pero hasta ese momento nos resultaba imposible encontrar más músicos y una sala de ensayo, entonces lo hacíamos todo los dos solos. Realmente, no sé si yo estaría escribiendo canciones si no fuera por las que hicimos con Gringui en aquellos años», dice Andrés.
Calamaro, que desde fines de los setenta se desempeñaba como sesionista, ya había sido tecladista del grupo Raíces, liderado por el bajista uruguayo Beto Satragni. Pero recién a partir de su ingreso a Los Abuelos, cargó en su palmarés hits iniciáticos como «Sin gamulán», «Mil horas» y «Costumbres argentinas», que fue la primera de sus canciones que obtuvo un reconocimiento masivo a partir de una versión grabada en vivo. Ya en la segunda mitad de los ochenta, sentó las bases de su repertorio solista. Y, a principios de los noventa, instalado en Madrid, fundó Los Rodríguez, un grupo que no solo dejó su impronta a ambos lados del Atlántico: también dejó una verdadera avalancha de éxitos construidos en poco más de un lustro. El año pasado se reeditó Sin documentos (1993) con un bonus CD que incluía el magnífico concierto que el grupo ofreció en Las Ventas el 7 de septiembre del mismo año de su lanzamiento. Pero la vigencia de algunas de esas canciones («Mi enfermedad», «A los ojos», «Canal 69», «Para no olvidar», «Sin documentos») se puede apreciar en las versiones grabadas en vivo dos décadas después, incluidas en Pura sangre. Y allí se puede apreciar, también, el impacto de esa selección del cancionero del Salmón en un derrotero emocional que va de Quito a Guadalajara, de Lima a Montevideo, de Mendoza a Bogotá.
El año pasado, además de las mencionadas ediciones, Calamaro tuvo una agenda cargada y prolífica en varios aspectos. Lanzó varias ediciones en vinilo (el EP Bohemio en vivo para el Record Store Day, y las reediciones de Sin documentos y El cantante, en 180 gramos); grabó una versión de «La Bamba» junto a Los Lobos, La Santa Cecilia y otros artistas, para el volumen 3 del proyecto multicultural Playing for Change; editó el film Bohemia, realizado por Leo Damario; grabó con Juanse un homenaje a Pappo y con el misionero Ramón Ayala (autor de «El cosechero») y el Conejo Jolivet; cantó como invitado de Los Tigres del Norte en el festival Vive Latino, en México, y junto a Hugo Fattoruso y Fernando Cabrera en el Sodre, Montevideo. Se ganó un premio Gardel en Buenos Aires y un Grammy Latino en Las Vegas. Y cerró el año con una gira por México junto a Enrique Bunbury, que podría decirse «consagratoria» si no fuera porque en México ya alcanzó ese estatus hace un buen tiempo.
Desde Guadalajara, el prestigioso periodista mexicano Enrique Blanc esboza una explicación para que entendamos el éxito del Salmón desde Ushuaia a Tijuana. «En la obra de Andrés hay un manejo pulcro del lenguaje que hace de sus canciones piezas por demás seductoras para cualquier latinoamericano. Sus canciones se han popularizado más bien a través del boca en boca, y hay en su selección de temas algunos que le son muy afines al mexicano, como el que alude al fracaso sentimental tan presente, por ejemplo, en la canción ranchera», explica Blanc.
A pesar de la masividad que alcanzó su obra, Calamaro no está particularmente orgulloso de sus canciones más populares. «Me parece muy bien si una cantidad de gente siente que mis canciones son importantes en su vida, si lo sienten será que es cierto. Pero, por lo general, yo prefiero mis grabaciones mas ‘ásperas’. Cosas más elaboradas o experimentales. Y también algunas canciones que considero más interesantes, más emocionantes, más. inmortales. Nunca escucho mis grabaciones, lo que realmente me gusta es sentir buenas sensaciones en el escenario, en los ensayos y en las grabaciones; mientras la música ‘ocurre'».
BRANDO: En ese sentido, supongo que se ha vuelto muy gratificante tocar con Baltasar Comotto, Germán Wiedemer, Sergio Verdinelli, Mariano Domínguez y Julián Kanevsky… ¡Tremenda backing band!
CALAMARO: Estos compañeros son amigos, en el escenario tocamos concentrados y bien juntos. Cuando terminamos estamos empapados, cansados, rotos como si viniéramos de un campo de batalla sin sangre. Entonces nos abrazamos fuerte mientras la gente nos despide. Son muy creativos, cada uno desarrolla su especialidad sin perder de vista lo que cada canción y el repertorio necesitan de nosotros. No soy únicamente el cantante de la banda ni el capitán del barco, me gusta ofrecer confianza y libertad a mis compañeros. Admiro a estos camaradas míos. Nos hicimos amigos, disfrutamos los ensayos, compartimos los aplausos y todos los episodios de una gira, también los momentos más complicados. Cuando no estamos tocando, nos juntamos a cenar; en vivo nos involucramos en improvisaciones y cantando. Tocando con libertad. Nuestro director es el tecladista Germán Wiedemer, que dirige los ensayos y arma los repertorios de cada concierto, pero cada uno encuentra su arreglo libremente según su instinto y talento. Estamos involucrados, el público nos recibe como a hermanos y nos despide con hermosas ovaciones y vítores de gloria.
BRANDO: Evidentemente, vivís los conciertos y las giras con la misma intensidad con las que asumís todas tus actividades: la tauromaquia, la escritura en prosa, las redes sociales, incluso las drogas…
CALAMARO: Lo importante es poder saltar del tren en movimiento sin sufrir daños importantes. No voy a abandonar mis inclinaciones tauromáquicas, y espero leer y escribir más, tener salud para viajar y vivir muchos años. Si te soy realmente sincero, no fui tan a fondo con estas cosas, y me gustaría (o me hubiera gustado) profundizar en la mayoría de los casos. Podría ser más constante en mi aprendizaje con la tauromaquia porque se trata de percibir los detalles profundos del arte y la liturgia. Tendría que haber ido más al fondo con la escritura y la lectura, incluso con la música. Con las drogas tampoco llegué hasta el fondo, mi generación está devastada por la heroína, arruinados los hígados o amigos caídos por la enfermedad, en las jeringas usadas y una vida arriesgada. Aun así me considero un «profesional», pero nunca arriesgué mi vida. O no me daba cuenta.
BRANDO: ¿Cuándo te diste cuenta de que ibas a poder vivir de componer y cantar tus canciones?
CALAMARO:«Y en su destino inconstante, solo el gaucho vive errante donde la suerte lo lleva». Me gustan los versos del Martín Fierro cantor, y algunos de hecho me los sé de memoria. Terminé creyendo que vivir de las canciones es posible, pero también sé que cualquiera puede arruinarse según las circunstancias de la vida: un vicio, un divorcio, un mal negocio. Entonces a morder el anzuelo y empezar de nuevo. Algunos dejamos el alma en las canciones y otros se dejan los ahorros, incluso la vida. Ahora me encuentro más confiado, pero es complicado ser optimista en relación con vivir de las canciones. Es tragicómico, pero en plena tormenta tecnológica, se desató una corriente de opinión que sostiene que -a los autores- no nos corresponde cobrar por los derechos humanos de autores de canciones. No sé quién impulsó semejante tendencia, pero no fueron pocos quienes hicieron eco de ese disparate. Hay tendencias que son insolentes o caprichosas pero que generan simpatía en un público que vive encapsulado en una realidad virtual; pero una realidad si es virtual no tiene nada de real, es una placenta de francotiradores cobardes.
Al menos hasta el cierre de este artículo (con el Salmón nunca se sabe qué puede llegar a pasar), las últimas balas que recibió Calamaro en las redes sociales y, fundamentalmente, a nivel mediático, fueron por el prólogo que escribió para Sin armas ni rencores, el robo al banco Río contado por sus autores, el libro de Rodolfo Palacios. La fascinación por el mundo del hampa no es nueva en el imaginario del Salmón. A comienzos del nuevo milenio, su amigo Jorge Larrosa (fotógrafo y coautor de varias canciones) lo inició en el universo imaginario (y real) de la delincuencia. «Creo que nos hemos fascinado mutuamente. En algún momento descubrimos que también tenemos los mismos enemigos, para simplificarlo un poco. De un tiempo a esta parte nos entendemos y hemos estrechado vínculos fraternales con rufianes nobles, pícaros sobrevivientes, ásperos corazones que me han ofrecido amistad y hermandad. Quizá sienten que merecen tener un cantante al lado, un cronista poético, alguien con quien hablar y compartir algo de su mundo apasionante. Alguien de confianza que los entiende, les respeta y los valora con amistad y confianza».
En los últimos años, Calamaro profundizó, cada vez más, en la escritura en prosa. Desde hace unos meses, publica una columna sobre discos de vinilo en la edición argentina de Rolling Stone. Y también se ha despachado, recientemente, con un notable texto sobre Carlos Gardel. Lleva una suerte de diarios en el blog de calamaro.com, su página oficial. Y parece haberse especializado en el arte de escribir prólogos. Para Será siempre Independiente, el libro de José Bellas y Fernando Soriano que retrata la temporada que el equipo de sus amores pasó en la segunda división; para Inspector Diamond Gerace y el Monstruo de la laguna, el policial de Javier Aguirre; para Rockstar, el libro donde Diego Mancusi parodia a las estrellas de rock vernáculo, entre otros.
Así que mientras escribe en prosa, Calamaro amenaza con no volver a escribir jamás una canción. «Siempre estoy en crisis creativa o fantaseando con retirarme a tiempo. No tengo planes de sentarme a escribir música. El problema de haber inventado, producido, escrito y grabado una colección tan amplia de música es que la mayoría de esta obra sigue inédita. Casi nadie la escuchó. Convivir con un archivo tan amplio y ser conocido por un puñado de canciones que sonaron en la radio es complicado. Me dice un buen amigo que una canción tiene que atrapar algo: un concepto, un sentimiento, una gran frase, una verdad impresa entre los renglones líquidos. No siempre vamos a percibirlo, pero alguien va a encontrarle significado en forma de preguntas o respuestas. En esos términos, tengo que aceptar que lo he logrado muchas veces».